Renuncia de Gustavo Gorriti a La Republica
Esta es, primero, una nota de despedida. Junto con ella, puesto que sobre todo en tiempos ominosos los adioses deben ser breves, otra de advertencia, comentario y hasta de arenga.
Termino con este artículo mi función de codirector y periodista de La República y dejo la empresa. El humalismo es un proyecto dictatorial. Como hizo el fascismo en la atormentada historia del siglo XX, busca utilizar las armas de la democracia (sobre todo las elecciones) para asesinarla. Utilizará el lenguaje de izquierda cuando le convenga (como lo hizo el fascismo en la mayoría de los casos), hasta tomar el poder. Luego de eso, los tontos útiles y los idiotas de ocasión que negociaron su apoyo seducidos por la retórica o por la exhortación de Hugo Chávez, tendrán años por delante en los que podrán lamentar su estupidez.
Con Ollanta Humala viene el proyecto de una dictadura cívico-militar. Más militar que cívica, y con fortísimos elementos fascistas. Olvídense de Evo Morales (que es otra cosa, un líder sindical civil) y piensen en Montesinos. Sí, en Montesinos.
Ollanta Humala dice que no hay fujimoristas en su grupo, y de repente tiene razón: solo hay montesinistas.
Dice también que no hay generales montesinistas, y de repente tiene razón otra vez: solo hay coroneles y comandantes montesinistas.
¿Que exagero? A ver: a la diestra y la siniestra del comandante Humala, están los coroneles Villafuerte y Loyola, dos de los militares que conducen su campaña electoral como una campaña militar. El coronel Villafuerte fue el hombre de confianza del muy montesinista general Saucedo; el coronel Loyola fue hombre de confianza del recontra montesinista general Villanueva Ruesta. Y el propio comandante Ollanta Humala fue hombre de confianza del ultramontesinista general Cano Angulo. Finalmente, si el coronel Alberto Pinto Cárdenas, el hombre de Montesinos durante la decisiva primera parte del fujimorato, resulta siendo –como lo ha revelado El Comercio– otra importante figura militar de la campaña, se refuerza la inescapable conclusión.
La campaña de Ollanta Humala es la campaña de los hombres de confianza de la cúpula militar montesinista. Ahí están, las manos derechas de Villanueva Ruesta, de Saucedo, de Cano Angulo, del propio Montesinos. ¡Ese es el cogollo, esa es la campaña! ¡Hay que despertar a tiempo!
En el Perú no somos tantos los periodistas de investigación con experiencia y alguna veteranía. No siempre estamos de acuerdo entre nosotros y hasta nos peleamos para variar. Pero en lo que todos coincidimos es en advertir la presencia montesinista en el centro del proyecto dictatorial humalista.
El proyecto de una oligarquía militar que aprendió las lecciones del pasado, las mieles de la cleptocracia y que si toma el poder hará todo lo necesario para quedarse en él por una generación. No repetirán los errores de Montesinos. Serán los tiempos de la doctrina Madre Mía.
El grupo de civiles que los rodea, los aventureros, especuladores, traficantes y tontos útiles, son nada más que una nata usable o descartable.
A mi vez, no quiero repetir tampoco los errores del pasado. En 1990, 1991 y 1992 alerté, junto con otros pocos, sobre la presencia e influencia de Montesinos en el entorno inmediato de Fujimori. Este, por supuesto, mintió en todas las formas y maneras al respecto, y hubo una significativa cantidad de gente que decidió hacerse la tonta. Pero, en perspectiva, creo que no advertí sobre ese peligro con la suficiente energía y contundencia. Quizá, de haberlo hecho, otra gente se hubiera sumado a tiempo y Fujimori lo hubiera pensado mejor cuando Montesinos era todavía vulnerable. Después perdimos años y mucho más, nos robaron cientos de millones de dólares, envilecieron el país, nos forzaron a luchar cuesta arriba para derrocarlos. Que no se repita, no lo permitamos, porque ahora sería mucho peor. Para decirlo en castellano: permitirlo significaría joder la democracia y joder al país por una generación.
Ya lo hemos vivido en nuestro país, de diversas maneras. Lo del régimen de Montesinos y Fujimori fue harto malo. Puede ser mucho peor.
Y aquí llego al punto central: si en democracias consolidadas, el deber de un periodista es la independencia y la imparcialidad, para informar a la gente, libre de la influencia de grupos de presión o de poder; los periodistas en democracias precarias tienen un deber adicional: defender la democracia, sin la cual no hay derecho ni libertad ni periodismo que ejercitar.
Por eso he utilizado esta página durante las últimas semanas para alertar sobre el peligro que representa el humalismo para la supervivencia de la democracia en el Perú. Y ahora quiero hacerlo y recalcarlo por última vez.
Voten, lectores, por quien quieran, en tanto sea un candidato democrático. Pero ni Ollanta Humala ni Martha Chávez. Y en la segunda vuelta, si entra Humala, el deber de todos debe ser respaldar y movilizarse por el candidato o candidata demócrata que lo enfrente.
Y ahora sí, me despido. A mis compañeros de La República, con el recuerdo del trabajo y los cierres compartidos, les deseo lo mejor, en el periodismo y la vida. A ustedes lectores, espero haberlos servido. Tratar de hacerlo fue un honor.